Transformó la cumbia romántica con su voz inconfundible y sus letras cargadas de dolor, pasión y desconsuelo. Su historia, atravesada por la superación, el sufrimiento físico y emocional, y una autenticidad conmovedora, lo consagró como ídolo popular.
La impresionante transformación de Ozuna: parece otra persona
A comienzos de los ’90, su vida dio un giro cuando se sumó como vocalista al Grupo Trinidad. Con ellos grabó discos como La gran tentación (1994), Más románticos que nunca (1997) y Más caliente que nunca (1998), con un estilo que fusionaba la cumbia santafesina con letras cargadas de sentimiento. Fue en esa etapa donde empezó a construir el personaje que luego se volvería mito: el del hombre vulnerable, enamorado, traicionado y dolido.
Tras una larga recuperación, en el 2000 Mattioli regresó a los escenarios como solista con el disco Un homenaje al cielo, dedicado a los amigos que perdió, el cual tuvo un éxito inmediato. En ese trabajo incluyó temas como Le pido a Dios, Tramposa y mentirosa y Aún soy un romántico, que reflejaban su dolor personal con una honestidad brutal.
Llorarás más de diez veces, uno de sus temas más populares, se convirtió en himno de su repertorio. Su voz rasposa, sus silencios y sus gestos transmitían mucho más que un estribillo pegadizo: era una experiencia emocional completa. Sus recitales eran verdaderos encuentros pasionales entre él y su público, mayoritariamente femenino, que lo seguía con devoción.
Detrás de escena, sin embargo, la salud de Leo se deterioraba. Sufría infecciones pulmonares recurrentes, problemas cardíacos y agotamiento extremo. En 2009, una neumonía lo dejó en coma farmacológico. Más tarde, en entrevistas admitió que tomaba hasta 20 medicamentos diarios y que la morfina era parte de su rutina para calmar el dolor físico y el altísimo precio de seguir cantando.
A pesar de todo, nunca dejó de subirse al escenario. A veces lo hacía en muletas, otras sentado, pero siempre con la misma entrega, ya que decía que “cantar lo mantenía vivo”. En muchos shows lo acompañaba su hijo Nicolás, heredero natural de su legado.
En su vida privada, Leo Mattioli fue padre de seis hijos y mantuvo relaciones sentimentales que en más de una ocasión fueron tema en programas de espectáculos. Pese a su fama, mantenía un perfil bajo fuera de los escenarios, aunque participó en ciclos televisivos como Pasión de Sábado, Almorzando con Mirtha Legrand y Susana Giménez.
La madrugada del 7 de agosto de 2011, mientras descansaba en un hotel de Necochea luego de ofrecer un show, Leo Mattioli fue hallado sin vida en su habitación. Tenía apenas 38 años. La autopsia reveló que había sufrido un paro cardiorrespiratorio, pero su deteriorado estado de salud y sus antecedentes médicos fueron determinantes.
La noticia sacudió al país. En pocas horas, miles de fanáticos comenzaron a reunirse en plazas y clubes para rendirle homenaje. Su velorio en Santa Fe fue masivo, cargado de emoción y dolor. En su ciudad natal, su nombre quedó grabado en murales, tributos y homenajes populares e incluso se colocó una escultura en su honor en la Plaza San Martín. Algunos vecinos de Pinamar aseguran, incluso hoy, que en la casa donde solía vacacionar se escuchan ecos de su voz, alimentando el mito.
Leo Mattioli es hoy más que una figura de la música tropical: es un emblema de la sensibilidad popular, del artista que cantó con las entrañas y pagó un precio muy alto por hacerlo. Su historia está marcada por el amor a su público, su familia, la lucha contra el dolor y una voz que sigue cantando desde el corazón del pueblo.